-DOMINGOS-

Domingo, el día de la semana que más odiado sea, probablemente, por todos. Bueno, todos no. 

Los domingos son, quizás, el día de la semana que más me quiero y más me odio.

Es el día que me dejo emborrachar a lo loco, aunque después me arrepienta por haberme gastado tanto dinero; es el día en que no miro el móvil aunque siempre me lleguen reproches por no contestar; el día que me permito recordar errores y llorar a moco tendido aunque haya una parte de mí que quiera salir corriendo de toda situación; es el momento de echar de menos a gente y mirar fotos de otros tiempos, otras épocas, otros lugares que ya pisastes pero que no viven contigo el resto de tu vida, aunque vayan a acompañarte siempre; y es, sin duda alguna, el momento en el que más débil me siento, aunque no quiera cambiarlo por nada del mundo.

Es como si todo lo que realmente me afecta, para bien ó para mal, se concentrase en un sólo día y todo lo que pienso, siento y quiero; fuese muy muy intenso. Como si fuese muy injusta con algunas de las decisiones que ya he hecho en mi vida y luego me diera un respiro para tomar aire de nuevo y todo se recompusiera por arte de magia.

El resto de los días, supongo que son de relleno; que se comportan como esos momentos en los que estás sentada a una mesa, no se te ocurre ninguna conversación y decides coger el móvil en vez de decir algo absurdo ó todos esos pensamientos que están prohibidos por responsabilidades laborales, económicas o sociales en el resto de los días porque "tiene que ser así".

Puede que los Domingos sean el día más auténtico de la semana; porque toda la energía que reprimo y contengo a lo largo de los restantes seis días, se concentran en unas pocas horas para salir despedida de la manera que menos me espero pero, a la vez, la que más ansío.

Puede que sea el fin de una semana, pero yo prefiero pensar que es el comienzo de otra. 

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